domingo, 9 de agosto de 2009

Ajo, agua y resina





Carlos Fabra es un espécimen que demuestra que nuestra llamada transición democrática permitió la pervivencia de muchas prácticas franquistas. Aún recuerdo esa grabación en la que explicaba a otros dirigentes del PP cómo conseguir votos cautivos dispensando favores personales. La escena debió ser portentosa, porque sospecho que invitaron a Carlos Fabra para que diera una lección magistral en una especie de máster dirigido a los nuevos cuadros del PP. Él, que no tiene pelos en la lengua, explicó de manera resumida las técnicas del caciquismo más extremo. Castellón es el cortijo de la familia Fabra desde hace un siglo.



Creo que fue un día después de conocerse el archivo de la causa contra Camps y adláteres cuando nos sorprendió con otra de sus perlas: ante la situación, ajo, agua y resina. Es decir, a joderse, a aguantarse y resignación. Carlos Fabra resume la sabiduría popular en pocas palabras. Y, visto lo visto, también anunció que las causas judiciales que él tiene pendientes acabarían en agua de borrajas. Lo que nos llevaría otra vez al remedio popular: ajo, agua y resina. Es cierto que la instrucción de las diferentes causas que tiene Fabra merece una novela y no me encuentro con ánimos de iniciarla. Aún no me encuentro centrado después de esta semana loca.


Lo curioso es que la alegría del PP parece que ha durado poco. El anuncio del recurso ante el Tribunal Supremo ha desatado la ira de los peperos. Las declaraciones de Cospedal han encendido los ánimos de la policía, guardia civil, fiscales y magistrados. Esa mujer ha logrado que todos se pongan de acuerdo, que se haya producido un acontecimiento --no planetario-- en el que progresistas y conservadores reclamen unánimemente su dimisión.


Todo es pura envidia

Un par de amigas me han comentado que corre por ahí el siguiente rumor: la boda que celebramos Miquel y yo el pasado 1 de agosto ha sido un montaje. Mi marido, cuando se enteró, estuvo riéndose un buen rato. A mí me preocupó un poco la imagen pública que estamos dando, sobre todo porque me acordé de la Pantoja y Julián Muñoz. Me imaginé que era la Pantoja y que llevaba dentro del bolso seis mil euros para los gastos corrientes. Tengo que confesar que me tranquilicé, aunque me confundieran con la folclórica, porque esa vida tan regalada me parece un culebrón que no tiene nada que ver con nosotros. Lo nuestro es más de ir por casa. Ni tenemos chalet ni un vestuario tan estrafalario. Y por ahora los ingresos nos llegan por el banco.

Es más, cuando escuché aquella declaración de Francisco Camps en la que afirmaba que la conversación famosa entre él y el Bigotes --la de te quiero un huevo-- había sido un montaje, me imaginé que eso no me pasaría a mí. Las expresiones que empleaban me produjeron repelús. Es cierto que el sólo hecho de pensar que podrían haber yacido acaramelados en una habitación del Ritz me produjo un no sé qué difícil de explicar. Pero me fascinó comprobar que la técnica de los montajes ya no pertenece a la prensa del corazón. Los políticos ya hacen uso de ella. Lo de te quiero un huevo, por mucho que quieran, no deja de ser uno de los mejores hallazgos de la temporada. Las folclóricas no se gastan ese lenguaje, son más terrenales. Francisco Camps es más pijo y más exquisito.

Entiendo que, ante tal avalancha de montajes --lo de la trama Gürtel, según los del PP, también lo es--, ciertas personas malintencionadas sospechen que nuestra boda ha sido una mera excusa para irnos de vacaciones. Por un lado, tienen razón. Nos casamos para poder conseguir disfrutar de mes y medio de vacaciones. Por otro, se equivocan, puesto que nos casamos de incógnito. Miquel no quiere que muestre las fotos del enlace, pero es cuestión de tiempo para que se convenza. Y cuando veáis el reportaje cambiaréis de parecer. Lo vuestro es pura envidia.
 
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