Carlos Fabra es un espécimen que demuestra que nuestra llamada transición democrática permitió la pervivencia de muchas prácticas franquistas. Aún recuerdo esa grabación en la que explicaba a otros dirigentes del PP cómo conseguir votos cautivos dispensando favores personales. La escena debió ser portentosa, porque sospecho que invitaron a Carlos Fabra para que diera una lección magistral en una especie de máster dirigido a los nuevos cuadros del PP. Él, que no tiene pelos en la lengua, explicó de manera resumida las técnicas del caciquismo más extremo. Castellón es el cortijo de la familia Fabra desde hace un siglo.
Creo que fue un día después de conocerse el archivo de la causa contra Camps y adláteres cuando nos sorprendió con otra de sus perlas: ante la situación, ajo, agua y resina. Es decir, a joderse, a aguantarse y resignación. Carlos Fabra resume la sabiduría popular en pocas palabras. Y, visto lo visto, también anunció que las causas judiciales que él tiene pendientes acabarían en agua de borrajas. Lo que nos llevaría otra vez al remedio popular: ajo, agua y resina. Es cierto que la instrucción de las diferentes causas que tiene Fabra merece una novela y no me encuentro con ánimos de iniciarla. Aún no me encuentro centrado después de esta semana loca.
Lo curioso es que la alegría del PP parece que ha durado poco. El anuncio del recurso ante el Tribunal Supremo ha desatado la ira de los peperos. Las declaraciones de Cospedal han encendido los ánimos de la policía, guardia civil, fiscales y magistrados. Esa mujer ha logrado que todos se pongan de acuerdo, que se haya producido un acontecimiento --no planetario-- en el que progresistas y conservadores reclamen unánimemente su dimisión.