miércoles, 22 de julio de 2009

Empecemos con los límites

Últimamente tenemos muchos frentes abiertos, demasiados quizá. Volvemos a leer los periódicos con ansiedad, porque las noticias auguran malos tiempos para aquellos que nos parecían invencibles. La espera se está volviendo difícil. Los atisbos de esperanza se desvanecen: el partido mayoritario en la oposición (PSPV) no logra encontrar una estrategia que nos ilusione. ¿Es más de lo mismo? Pues no.

En primer lugar, hemos pasado de despreciar al enemigo –los peperos—a reírnos a su costa –y no quería hacer un juego de palabras con el apellido del imputado--. Por mucho que quieran los puretas, esta salida no es nada frívola. No podemos olvidar ni las candorosas conversaciones entre Camps y El Bigotes ni las declaraciones de Ricardo Costa. Las primeras, no mataron de vergüenza a nuestro presidente. Las segundas, evidenciaron que el representante de los peperos es el más pijo de todos los pijos, lo cual tiene un mérito sorprendente. Este material ha provocado la carcajada del público en general. Ni que decir tiene que Rita también les va a la zaga.

En segundo lugar, hemos descubierto que los peperos que ahora padecemos no tienen ningún tipo de límites. Ellos son estupendos y se lo merecen todo. Lejos ha quedado la figura del político que delinque y que es consciente de ello. Por lo menos éste tiene la decencia de ponerse unos límites para no acabar en la prisión. Se autorregula porque sabe lo que quiere. Ahora todo ha cambiado: los políticos son monos, pizpiretos, se maquillan, van al tenis, inauguran lo que haga falta, visten unos trajes que les sientan que ni pintados. Los únicos límites que conocen son los de su ego desbocado; es decir, ninguno. Como dije, ellos son estupendos y se lo merecen todo.

En resumen, hemos aprendido dos cosas importantes: la primera, que nuestro enemigo puede caer en el ridículo más profundo, lo que no implica que pierdan las elecciones; la segunda, la falta de límites es un magnífico síntoma, porque nos vaticina, por un lado, más momentos de sentidas carcajadas y, por otro, la posibilidad de descubrir algún escándalo que logre conmocionar a otras personas. Me temo que nosotros ya estamos convencidos.

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